Leviatán, de Pablo Mora
(proyecto ganador de la tercera edición de Fragmentos espacio de arte y memoria)
Adriana María Ruiz Gutiérrez*
Leviatán significa Estado (en latín Civitas), y en términos modernos, aquel dios mortal que promete la paz frente a la destrucción, convierte a los lobos en ciudadanos, monopoliza la violencia a cambio de la obediencia incondicional y crea el milagro de la paz mediante la gestión de la vida y de la muerte de los hombres. Esta enigmática figura, que aparece detalladamente en el Antiguo Testamento, Libro de Job, capítulos 40 y 41, está compuesta de dios y hombre, animal y máquina artificial, creado y conjurado por el ingenio y el miedo de la multitud para garantizar su seguridad. Durante la antigüedad y el medioevo, Leviatán aparece como un animal marino (cocodrilo, dragón, ballena, serpiente o pez), junto a Behemoth, un animal terrestre (toro, elefante, búfalo, hipopótamo), cuyo poder indomable solo puede ser dominado por Dios; asimismo simboliza un animal apocalíptico que devora el cosmos o un animal que escupe a los muertos el día del Juicio Final, y, también, representa al diablo, el enemigo malo, en sus diferentes formas de aparición, capturado y apresado por Dios.
Durante la modernidad, Leviatán personifica un gran hombre, “magnus homo”, “magnus Leviathan”, cuya sustancia es maquínica. Así como Dios creó al universo y al hombre, conforme a su amor, su razón y su voluntad infinitas, la multitud fabricó al Estado, la machina machinarum, el magnum artificium, la gran máquina artificial y autómata, aparato inhumano e infrahumano, a imagen y semejanza de la esperanza y el pánico ante la masacre de todos contra todos. La masa se transforma, así, en un conjunto de hombrecillos maquínicos, engranajes fungibles e intercambiables, incrustados en la gigantesca máquina, que promete neutralizar el conflicto y asegurar la vida de todos. Sin embargo, la máquina se protege a sí misma; nada más. ¡Abrid ahora los oídos!, dice Nietzsche: “Estado se llama al más frío de todos los monstruos fríos. Yo, el Estado, soy el pueblo. ¡Es mentira!”.
El gran aparato estatal se ha roto; no funciona, ni siquiera al montarlo, una vez más. ¡Abrid ahora los ojos! ¡Abrid ahora el interior del Leviatán!, advierte Pablo Mora. ¿Qué hay, qué escuchas? Centenares de vidas humanas oxidadas, sin registro, cuyas lenguas rotas nos inquietan: ¿Por qué no se nos escucha? El llamado de los muertos y de los sobrevivientes contiene algo desgarrador, que conmueve el espíritu y taladra el intelecto, porque ni el Estado, ni los magistrados, ni la sociedad los atiende; ya no representan ninguna realidad viva para la mayoría, tan solo una pila de engranajes oxidadas al interior de una máquina rota. Sin embargo, hay algo más.
*Adriana María Ruiz Gutiérrez: profesora e investigadora, Magíster en Filosofía (línea Contemporánea) y abogada por la Universidad de Antioquia, Doctora en Derecho por la Universidad Santo Tomás, Bogotá, con estudios de Posdoctorado en Filosofía Contemporánea en la Universidad de Murcia, España.